¿Existe una unidad o identidad la filosofía? ¿Puede definirse la filosofía gracias a una fórmula única? Lucas Soares parte de dos, una de Platón y una de Aristóteles, que describen a la filosofía respectivamente como amor por la sabiduría y ciencia de las causas primeras, para proponer un recorrido a través de ocho descripciones más, orientado a mostrar cómo las múltiples definiciones de la filosofía no sólo son un indicio de su diversidad, sino también la prueba de cómo no deja de reinventarse a sí misma.

A diferencia de un pensar que podríamos llamar “industrial”, la filosofía podría caracterizarse, en primer lugar, como un pensamiento artesanal. Esto quiere decir que a la velocidad sustituye el tiempo; a la reproducción de siempre las mismas ideas, la creación de novedosas; a las implementaciones técnicas, la pregunta por cómo queremos vivir. Como un artesano, el filósofo avanza a tientas, por prueba y error.

La filosofía avanza retrocediendo pero no sólo porque avanza por prueba y error, sino porque a diferencia de la física o de las matemáticas, la filosofía es inseparable de su historia. Se puede hacer física o matemáticas sin conocer la historia de la física o de las matemáticas. Pero no filosofía. Un poco más parecida al arte, en este sentido, donde las obras del pasado pueden volverse insumo de las creaciones del futuro, la filosofía se nutre de su historia y su progreso no consiste en una evolución lineal sino en recoger los problemas del pasado para intentar plantearlos mejor.

Inseparable de su historia, la filosofía parece regirse por un tiempo particular. Es cierto, en la historia, los pensadores vienen unos después de otro e ignorar este orden puede conducir a cometer anacronismos. Pero al mismo tiempo, los pensadores discuten unos con otros fuera de la historia, en una especie de presente absoluto, en el que los unos son menos precursores o sucesores de los otros que adversarios o interlocutores. No se filosofa antes o después, sino con y contra.

Es difícil asignarle objetos o contenidos determinados a la filosofía. No se puede decir que algo corresponda a ella como la vida a la biología o la luz a la óptica. Sin embargo, es posible detectar algunos problemas fundamentales sobre los que a lo largo de su historia la filosofía no deja de volver: el de la naturaleza del ser humano, el de la relación del alma con el cuerpo, el de la esencia de la verdad, de la belleza y del bien, el del tiempo, la muerte y la inmortalidad. Kant los resumió en cuatro preguntas: ¿qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? ¿Qué es el hombre? Pero imaginen responder a alguna de estas preguntas de forma definitiva.

Sin duda, la filosofía plantea y reformula problemas. Pero hay que cuidarse de pensar que no hace nada más. Si el filósofo deconstruye, también reconstruye. Hace preguntas y replantea los problemas pero, artesano y arquitecto, lo hace cuando las soluciones a las que conducían no sirven y cuando es necesario hacerlo para llegar a una solución mejor.

Plantear o replantear los problemas fundamentales –qué es el alma, el tiempo, la muerte, el amor– no consiste en una actividad aislada e inocente. Plantear o replantear estas preguntas equivale en general a cuestionar nuestro presente y nuestra cultura, sus creencias y sus valores. Hacer filosofía consiste en pensar de una manera distinta a como se piensa en general, a cómo pensábamos antes y a cómo en cierta medida hay que pensar.

Pensar distinto consiste en cuestionar lo obvio, como que el tiempo es irreversible o la muerte, un final definitivo. A veces se cree que la filosofía busca las esencias detrás de las apariencias, que su campo es el de fenómenos ocultos y su dimensión, la profundidad. Pero si esto es cierto en alguna medida, cuando decimos que la filosofía interroga lo obvio, decimos que también se ocupa de lo más inmediato y lo más evidente, y que su campo no es sólo el de lo profundo, sino el de las superficies.

La filosofía es difícil, la filosofía es incómoda. Pero quizá, entender por qué, nos reconcilie con esa dificultad y con esa incomodidad. La filosofía es difícil e incómoda porque entre otras cosas nos obliga a distinguir lo que sabemos y lo que no, a detectar los límites de nuestro saber y de nuestros saberes, y a hacer un esfuerzo por ir más allá. Desde este punto de vista, es comparable a aprender un idioma nuevo o a una especie de gimnasia mental. Y toda gimnasia, todo aprendizaje conlleva un cierto dolor, el displacer de enfrentar obstáculos, pero también el placer de superarlos.

Si hubiese una estética habría un solo arte, decía Borges, y la idea aplica bien a la filosofía. Si hubiera una definición de ella habría sólo una. Como hay muchas, es imposible definirla. E indeseable también: el recorrido por las distintas descripciones de la filosofía constituye una prueba de su fecundidad, de su creatividad, y sólo permite esperar que haya cada vez más.